Una hora en la maternidad del Centro Penitenciario Femenino de Santiago
Una vez a la semana, Michelle Vergara, jefa del área sociocomunitaria de Biblioteca Escolar Futuro (BEF), asiste a una cita ineludible: una visita a la maternidad del Centro Penitenciario Femenino (CPF) de Santiago para dictar talleres educativos dirigidos a otras madres como ella. En una hora, busca construir una red de apoyo, en un lugar donde maternar es un derecho con fecha de vencimiento.
Crédito ilustración: Catalina Maldonado Fuentes
Miércoles, 13:40. Michelle Vergara toma una bolsa con cartulinas, papeles y lápices de colores —brillantes, pasteles, suaves al tacto—. Sabe que son una invitación silenciosa para que las mujeres del sector de maternidad del Centro Penitenciario Femenino (CPF) se acerquen al taller que realiza con Catalina Santa María, profesional del área que lidera. Vergara es jefa del área sociocomunitaria de Biblioteca Escolar Futuro (BEF) y realiza talleres para las diez madres que viven con sus hijos e hijas en el lugar, y una más que espera dar a luz pronto.
Sale de su oficina, ubicada en la Biblioteca San Joaquín, y cruza el campus a paso rápido antes de salir a la calle. El CPF está a solo diez minutos a pie. Michelle tiene un hijo pequeño, apenas mayor que los niños y niñas que ve en la maternidad, quienes no pueden permanecer con sus madres más allá de los dos años. Después de esa edad, deben ser entregados a familiares —si los hay— o derivados a un hogar Mejor Niñez. Algunas de estas mujeres son migrantes, sin familia ni redes de apoyo.
Mientras camina reflexiona: “Si alguien me hubiera dicho que a los dos años tenía que dejar de ver a mi hijo, me hubiera muerto. O si me hubieran dicho que él se iba a quedar con tal persona en tal lugar, me hubiera sumido en una desesperación y angustia aberrante, ya que, la verdad es que estoy todo el día pensando en encontrarme con él luego del trabajo… entonces, ¿cómo podría vivir si debo dejarlo o si no sabré que nos volveremos a ver?”
EL COMIENZO DEL MOMENTO MÁS INTENSO DEL DÍA
Diez minutos después se para frente al portal de metal, golpea para que la dejen entrar; ya la conocen. Desde 2016, Biblioteca Escolar Futuro, programa de Bibliotecas UC que apoya el aprendizaje de niños, niñas y adolescentes a través de bibliotecas e iniciativas, tiene presencia allí. Michelle, trabajadora social de profesión, acude desde 2018, y solo vio interrumpidas sus visitas al CPF cuando se convirtió en madre.
“Después de mi postnatal, al saber que volvería al trabajo, se me apretó el estómago al pensar que mi hijo pasaría todo el día en el jardín. Pero al entrar y verlas, no puedo evitar pensar que ellas viven con la angustia de saber que, al cumplir sus hijos dos años, tendrán que separarse de ellos, sin saber si los volverán a ver”, señala.
Después de 30 minutos de revisión, Michelle y Catalina llegan al patio de la maternidad. Huele a desinfección, ese es el espacio asignado para que realicen las formaciones. Al lado, un jardín Integra al que los niños y niñas acuden, mientras las madres los observan. Aunque no es una casa, se siente como tal. Las mujeres viven en una especie de “tribu”, realizando tareas domésticas y criando a sus hijos e hijas en comunidad. En prisión, solo se les permite ser madres; no tienen acceso a otros beneficios, como trabajar o asistir al colegio, actividades que les permiten disminuir su tiempo en prisión.
FORMACIÓN EDUCATIVA CON SENTIDO
Michelle acomoda los papeles y materiales sobre la mesa. Sabe que no todas participarán, pero ese gesto basta para atraerlas: los colores brillantes siempre invitan en un entorno gris.
Luego saca un libro álbum, no tiene texto, son solo imágenes. No se trata de contar un cuento, sino de hacer una mediación lectora: abrir un espacio de reflexión, escucha activa y acompañamiento. Michelle no les lee a las madres, les lee a sus hijos e hijas, quienes también están presos. Abren sus ojos, la escuchan, se ríen, se asombran y viajan a otros mundos, mientras sus mamás los observan.
“A mi hijo le leo mucho, y a ellos les leo igual, como si fueran él. Hago las mismas pausas, las mismas preguntas. Como tienen edades parecidas, se me hace todo muy cercano, muy familiar.”, dice Michelle.
El fomento lector es uno de los pilares de formación de Biblioteca Escolar Futuro, por eso explica que: “Ayuda mucho al desarrollo del lenguaje y a la comprensión de lo que se observa y, cuando se realiza con un libro álbum, al estar lleno de ilustraciones, también invita a interpretar imágenes, no solo palabras. Para mí, en lo personal, es una forma de vincularte con tu hijo. Una pausa, un momento de calma para concentrarse y compartir juntos, en un espacio tranquilo. Eso es lo que intento transmitir en este espacio”.
Las internas suelen evitar los libros álbum. Aunque están destinados a todo público, las ilustraciones les recuerdan a libros infantiles, lo que rechazan. Por su condición de madres recluidas, rechazan cualquier signo de infantilización. Por su condición de madres recluidas, necesitan sentirse tratadas como mujeres adultas, capaces de ejercer su rol materno en estas circunstancias, y para ello, buscan diferenciarse de sus hijos e hijas.
Michelle empatiza; cualquier mujer que es madre puede hacerlo. Es la necesidad de afirmarse en ese rol, de preguntarse, desde el imaginario colectivo, qué significa ser mamá. Para ellas, ser madre es también ser adulta.
Como las mujeres no pueden asistir al colegio, Michelle se comprometió con el Liceo Santa María Eufrasia, dentro del CPF, a realizarles formaciones. Al principio, las internas no se sintieron cómodas con los contenidos, por lo que desde el área sociocomunitaria adaptaron los aprendizajes de manera bidireccional. Ella explica que, por solicitud de las mamás, estos aprendizajes deben enfocarse en dejarles algo a sus hijos e hijas. Por eso, han trabajado contenido lectoescrito mediante cartas, pergaminos y otros elementos.
Durante las formaciones, conversan de mamá a mamá sobre cómo ha sido la semana, si los niños se han enfermado, y los avances en su aprendizaje. También ayudan a las mujeres a colgar la ropa, mientras conversan. Es en esos momentos cuando surge la confianza. Una de ellas comparte su tristeza por la separación próxima de su hijo, lo que llena el ambiente de dolor. A la trabajadora social se le aprieta el corazón, como mamá entiende el sufrimiento. Aunque lo siente, sabe que no puede llorar en ese momento y debe bloquear esa emoción para seguir adelante. “Debo suprimir lo que siento. Lo importante es lo que ella siente”.
Una hora después, Michelle se retira del recinto junto a Catalina, ella la ayuda a procesar lo vivido: “Pienso en lo que he visto, en lo que es mi vida, pero también en cómo podemos avanzar hacia políticas públicas que piensen no solo en la conciliación maternidad y trabajo sino también en las conciliaciones de las familias excluidas, acá no estamos hablando de maternar en la injusticia (como la mayoría de las madres insertas en el mundo patriarcal), sino que estamos hablando de maternar ante el dolor inminente y en el pleno abandono y eso tiene que cambiar”.
Termina su jornada laboral y se dirige a casa, pero antes, como todos los miércoles, compra lo que ella llama “cosas ricas” para compartir con su hijo. “Es una forma de hacerme cariño a mí misma y a mi hijo, porque ese día es muy duro… muy duro”.